LA TIERRA Y EL TESORO
Erase una vez un rico mercader poseedor de una
hermosa y gran hacienda en los alrededores de Marrakech. Este mercader tenía
cuatro hijos. Todos ellos eran perezosos y nunca, ni al hacerse mayores,
quisieron trabajar, prefiriendo vagar con sus amigos disfrutando de la buena
comida y bebida, de la compañía de mujeres de mala reputación y de la libertad
que la inmensa fortuna de su padre les dispensaba.
El mercader tenía por todo ello un enorme
disgusto. Ninguno de sus hijos se había casado, ninguno de ellos tenía un
trabajo y estaban dilapidando la fortuna que con tanto esfuerzo había
conseguido reunir después de una larga vida de duro trabajo. No tardo mucho en
caer gravemente enfermo y encontrándose en su lecho de muerte hizo llamar a sus
cuatro hijos.
-Nunca os he dicho esto antes- les explico a sus
hijos - ya que he estado esperando a este momento para hacerlo. Tengo un tesoro
enterrado y oculto en nuestra hacienda. Cuando muera deberéis buscarlo y aquel
de vosotros que lo encuentre será inmensamente rico.
Pocos días después el mercader exhaló el último
suspiro y fue enterrado. Inmediatamente después sus hijos comenzaron a
inspeccionar la hacienda y a excavar en busca del fabuloso tesoro. Cavaron y
cavaron durante días, levantando los jardines y todas las tierras aledañas que
se extendían yermas, fruto del abandono al que se vieron sometidas cuando el
viejo mercader enfermó. Al cabo de unas semanas habían removido toda la tierra
sin por ello haber dado con el objeto de su búsqueda. Una tarde, desesperados
arrojaron las palas y azadas al suelo y se sentaron a la sombra de un árbol
situado en lo alto de una colina desde la que se podía observar el estado en el
que habían dejado la hacienda, totalmente patas arriba.
Mientras se quejaban de su desgracia y se
preguntaban que iban a hacer ahora que no habían encontrado el tesoro, un
muchacho que pasaba por el lugar se les acercó y les dijo:
-Mirad, que buen trabajo habéis hecho, habéis
removido toda la tierra pero no estáis cultivando nada en ella. ¿Por qué no la sembráis
de maíz?
Y así fue como los cuatro hermanos se pusieron
manos a la obra, sembraron toda la fértil tierra con semillas de maíz y cuando
la estación cambió se vieron rodeados por un hermoso maizal.
Una vez recogido el maíz, vendieron una fabulosa
cosecha en el mercado y los cuatro se hicieron ricos.
Cuando regresaron a la hacienda y ante la vista
de sus tierras se dieron cuenta de que su padre tenía razón y en verdad había
un tesoro escondido en la tierra. El maíz era ese tesoro y solo lo pudieron
encontrar con el duro trabajo.
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