Hace ya un año que el blog del Riad Belle Epoque comenzó su andadura con la intención de dar a conocer Marrakech, la ciudad en la que nos hayamos, sus costumbres, tradiciones, que hacer, que visitar.....
Ya hemos superado las 10.000 páginas visitadas y cada día más personas nos leen, lo que da sentido a este trabajo, que más que un trabajo se está convirtiendo en una afición. Queremos agradeceros a todos por cada uno de los minutos que nos dedicáis.
En uno de nuestros primeros post, contábamos un cuento, El Farol rojo, de los que se narran todas las tardes en la emblemática plaza de Jemma el Fna y ahora que cumplimos un año hemos pensado que es una buena ocasión para narraros otra de estas historias con sabor a Oriente.
Este cuento se titula el Visir y el Barbero.
Esta es la historia de un anciano que habiendo trabajado durante toda su vida duramente y con gran destreza, consiguió ser barbero del Sultán de Marrakech. El barbero poco a poco fue ganándose la confianza del Sultán llegando a convertirse en persona de entera confianza, como si de un hermano se tratara.
El Sultán, que tenía por costumbre pasear todos los días por los zocos, pasó una vez frente a una pequeña tienda que llamó su atención por estar totalmente vacía. Ningún bien ocupaba sus estanterías y sobre el mostrador se encontraba el tendero, de piernas cruzadas, como un faquir, esperando a que llegaran los clientes. El Sultán, picado por la curiosidad, mandó a uno de sus hombres a preguntar al tendero que era lo que se vendía en su establecimiento, a lo que éste respondió que vendía palabras.
-"¿Y cuál es el precio de tus palabras?". Le preguntó el soldado.
- "Las vendo por 100 monedas de oro". Respondió.
Cuando el Sultán se hubo enterado, decidió probar tan curiosa mercancía y juntando un centenar de piezas de oro, mandó de nuevo al soldado a comprar palabras.
A cambió de las monedas, el vendedor de palabras le dijo al soldado:
- "Dile a tu señor que nunca actúe con prisa. Que piense primero."
El Sultán, al enterarse de las palabras, medito durante días y entusiasmado con la idea, hizo que esas palabras se convirtieran en su lema, por lo que mandó inscribirlas por todas partes. En las paredes de su palacio, en los dinteles de las puertas, en los suelos de mármol, en los altos techos de madera de cedro, en platos y copas, incluso fue bordada en todos los mullidos cojines y toallas.
El Sultán tenía un Visir, que siendo un hombre ambicioso y envidioso, no llevaba nada bien la cercana relación de su Señor con el barbero, al que veía como una amenaza para su puesto. Por ello un día que se cruzó con el barbero cuando volvía de afeitar al Sultán comenzó a interrogarle sobre su trabajo y acabaron charlando amigablemente sobre las herramientas que usaba para tales menesteres.
- "¿Y qué tipo de tijeras y navaja usais para afeitar al Sultán?. Seguro que no usáis las mismas que para afeitar al resto de vuestros clientes". Preguntó curioso.
-"Por supuesto que no", repuso el barbero. "Guardo mis mejores tijeras y la más fina de mis cuchillas para el Sultán". Y abriendo una modesta caja de madera mostró al visir sus útiles.
- "Deberías avergonzarte de usar unas tijeras y una navaja tan comunes para nuestro Señor"
- "Veréis, soy un hombre humilde y estas son las mejores que tengo. No puedo permitirme otras y el Sultán nunca se ha quejado"
El Visir, posó su mano sobre el hombro del barbero e invitándole a pasear por los jardines del palacio le dijo: "Venid amigo, te voy a hacer un regalo especial para que puedas afeitar al Sultán como se merece. Mandaré hacer las más fina y hermosa de las navajas, con mango de oro y piedras preciosas para que puedas afeitar al Sultán".
Y así una semana después de esta conversación el Visir entregó a un agradecido barbero la más bella navaja que nunca se había visto.
Ese mismo día el Sultán mandó llamar al barbero para que lo afeitara. El barbero acudió presto a realizar su servicio y depositó, tan metódicamente como siempre, la nueva navaja sobre un cojín de terciopelo para tenerla a mano. Rodeo el cuello de su señor con una blanca y mullida toalla y comenzó a enjabonarle cuidadosamente la cara. A medida que masajeaba la barba del Sultán se fijó en la inscripción bordada en la toalla "Nunca actúes con prisa, piensa primero" mientras que su cliente se fijaba de reojo en la nueva navaja que yacía sobre el cojín. El barbero ensimismado con la inscripción, comenzó a recitarla en un murmullo y sin dudarlo sacó de su pequeña caja la antigua cuchilla con la que afeitaba siempre al Sultán dejando la nueva herramienta donde estaba.
-"Dime, amigo mío, ¿por qué usas tu vieja herramienta y no esta nueva para afeitarme?
-"Esperad, mi señor. Esperad hasta que haya terminado"
El Sultán cerró los ojos y dejó a su amigo, el barbero, continuar con su trabajo.
Una vez concluido, el barbero le dijo al Sultán:
- Mi única razón es la siguiente. Cierto es que me ha sido entregada esta nueva navaja para afeitaros pero al leer las palabras bordadas en vuestra toalla he pensado, ¿por qué motivo debería cambiar mi vieja navaja por esta nueva? Al fin y al cabo, aunque vieja, es buena y fiable, nunca os he cortado ni me ha fallado, mientras que aún no estoy acostumbrado a la nueva.
- "¿Y quién te dió este hermoso objeto?", preguntó el Sultán.
El barbero le contó toda la historia.
Una vez finalizada, el Sultán hizo llamar al Visir y en pocos minutos lo tenía en su presencia.
-"Creo, Visir, que necesitas un afeitado", le dijo.
- "Por supuesto, mi señor, como siempre, teneis razón, aunque ya me haya afeitado esta mañana".
- "No importa. Sientate, que aquí mi amigo, hará su trabajo". Y levantandose cedió su lugar al extrañado Visir.
Un esclavo puso una toalla alrededor del cuello del visir, mientras que el barbero comenzó a extender el jabón por su cara y cuándo se disponía a usar su vieja navaja para rasurar innecesariamente la cara del Visir el Sultán repuso, "No, con esa no. Mi Visir cree que esa vieja navaja no es buena para afeitarme y por ello te ha regalado esta hermosa joya. Ahora yo también creo que la vieja tampoco es lo suficientemente buena para usarla con él. Usa la nueva."
El Barbero, obedeciendo al Sultán comenzó a afeitar así al compunjido Visir, produciendole al poco, un sútil corte del que apenas manó sangre. Inmediatamente después, el Visir, fue presa de unos horrorosos espamos que acabaron con él por tierra, vomitando y pataleando hasta que en poco minutos expiró. La nueva cuchilla estaba envenenada.
El Sultán nombró nuevo Visir a su barbero y dijo en su nombramiento:
-"Cuándo pagué 100 monedas de oro por aquellas palabras, os reisteis de mí, porque las considerasteis caras. Ahora, me parece que me salieron muy baratas."
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